MEMORIAS DE UN
VAGON DE FERROCARRIL - EDUARDO ZAMACOIS
Ed AHR, Barcelona, 1ra ed. 1965, 19X14 cm, 338 pp.
Zamacois se exilió cuando vio la que se venía con el
triunfo de Franco y los suyos, tenía un pasado algo turbulento y en su juventud
incluso había escrito novelas eróticas.
Memorias de un vagón de ferrocarril es una novela
deliciosa pero ingenua, y que tiene un inconveniente: el lector no sólo debe
aceptar la convención de que la voz narradora la encarne un vagón de
ferrocarril sino que, en nombre de la amenidad y por aquello de facilitar la
inclusión de diálogos y la diversidad de puntos de vista, el lector también
debe aceptar que tengan voz propia los restantes vagones del convoy y sus
máquinas tractoras, así como los vagones y las máquinas tractoras de los trenes
que van y vienen de unas ciudades a otras.
No obstante, y si bien es cierto que la voz narradora
puede resultar algo peculiar, en cambio su experiencia y su sabiduría acerca de
las cosas de la vida son inmensas. Debido a su continua movilidad -primero fue
destinado a las líneas que cubren el norte peninsular, luego a las zonas del
sur y por último al Levante -ese vagón al que sus compañeros de viaje apodan El
Cabal demuestra haber adquirido un conocimiento muy notable de la geografía
española y sus peculiaridades.
Pero su fuerte, claro está, son los pasajeros, entre
los cuales hay de todo: matrimonios desgarrados por la infidelidad, ladrones
salteadores de trenes, la fugaz aparición del torero famoso que viaja rodeado
de su séquito habitual, el señorito calavera que se viste de esmoquin y se
regala a sí mismo una fiesta pantagruélica (su última fiesta) o la misteriosa
dama que se sube al tren en Calatayud y resulta ser una fría asesina.
Al cabo de una vida de servicio, por los compartimentos
de El Cabal habrá desfilado una nada desdeñable muestra de la sociedad española
de los años 20 que el vigilante vagón dibuja con trazo amable pero certero. Y
dando muestras de una capacidad crítica muy notable, por ejemplo cuando resalta
(y conste que la novela es de 1923) esa manía tan española de mantener a las
mujeres en una ignorancia total ("No lleve a su señora a ver ese
espectáculo", "No es un libro para señoras", etc.) y al mismo
erigirlas en árbitros de "lo que debe ser", por lo que la mentalidad
y la moral nacional quedan a cargo de unos cuantos millones de seres prácticamente
analfabetos. Claro que como dicen a alimón Zamacois y El Cabal, "lo
absurdo es tan cotidiano que lo de sentido común es lo que sorprende".
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