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miércoles, 11 de marzo de 2015

LA NARANJA (1ra ed., sin uso) - ENRIQUE LARRETA

LA NARANJA (1ra ed., sin uso) -   ENRIQUE LARRETA
El Ateneo, Bs As, 1ra edición 1947, 20.5x15, 166 p. Tapa blanda con solapas, rustica editorial, ejemplar sin uso, excelente estado.
Enrique Rodríguez Larreta (Bs As, 1875-1961) fue un escritor, académico y diplomático argentino representante del modernismo en la literatura hispanoamericana.

Ensayo publicado en 1947, cuando Larreta tenía 72 años bien vividos. El año de publicación no es tampoco un dato para soslayar: ya había caído la bomba sobre Hiroshima, se había descubierto Auschwitz y acaecido las patas en la fuente de la Plaza de Mayo. Pero los desvelos de Larreta son otros, y sólo tangencialmente alguno de sus aforismos alude a la bomba atómica, más preocupado por el futuro que por el reciente holocausto, que parece mejor olvidar pronto. No hay un hilo conductor en el ensayo: un conjunto de dispersas ideas simples, de lecturas por arriba de autores y filósofos, en un lenguaje simple. De todo eso no puede salir nada sorprendente, no hay milagros: la oposición entre la fe y el racionalismo no pasa de un sincretismo muy correcto, ni tampoco hay demasiada profundidad en las lecturas de Descartes, Kant o Hegel que se aluden por ahí. El autor, no obstante, es empeñoso e imaginero: nos habla del gaucho  pero nos presenta a un desconocido: “El gaucho fue, en un principio, un ibero auténtico, con predominio de sangre andaluza, de sangre hispano árabe o, más bien, hispano morisca.” Nos dice, a vuelta de página, que “la gran cruza con el indio no se produjo sino mucho más tarde”, cuando el gaucho andaluz y morisco avanzó hacia las tolderías para “una retrasada guerra de exterminio”. Así las cosas, y a pesar de tanto Kant y tanto empirismo emanado de la percepción olfativa, los gauchos de Larreta no son fenómenos, sino simpáticos noúmenos hechos a medida, como un traje.
Porque Larreta es honesto, no vamos a decir otra cosa. No quiere convencernos de lo que no es y no alardea de lo que tiene, que en sus esferas tan altas es constitutivo del ser. Y el ser social determina la conciencia. La sociedad es la gente que lo rodea a uno de igual a igual. Y los demás son empleados del servicio, españoles humildes, que por conservar una lengua tan pura son los que, en las discusiones de sobremesa, son llamados por el señor Enrique para dirimir alguna puja idiomática.

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