Javier
Vergara, Bs As, 1ra edición 1997,
23x17, 331 p. Encuadernación en
tapa dura de tela editorial con sobrecubierta ilustrada levemente fatigada,
ejemplar usado, excelente estado. Traducción
de Federico Villegas. Contiene fotografías en byn.
En 1903
Grigori Rasputín llegó a San Petersburgo procedente de una cabaña siberiana, andrajoso
y rezongando. Cuando lo asesinaron 13 años después, el entonces ya "querido
amigo" del zar Nicolás II y la emperatriz Alejandra, se había convertido, como
describió una dama de la alta sociedad rusa, en "una penumbra que envuelve
todo nuestro mundo eclipsando al sol". Solo unas semanas después de su muerte,
la dinastía Romanov, de 300 años de antigüedad, era derrocada. Rusia iba camino
a convertirse en la Unión Soviética. San Petersburgo, en cuyos bares, salones y
baños públicos había reinado Rasputín, pronto sería Leningrado. Hay muchos
mitos en torno a Rasputín. Lo llamaban el "monje loco". Pero no
estaba loco en absoluto. Era bebedor y mujeriego hasta niveles inconcebibles,
así como holgazán, vivaz e inteligente. Su conocimiento de la historia y de los
grandes acontecimientos era más perspicaz que el de sus patrones imperiales y el
de muchos políticos. Rogó a los zares que fueran más comprensivos con los
campesinos y las minorías, y que evitaran entrar en guerra con Alemania.
Tampoco fue monje. Ciertamente, era un tipo espiritual, y había ejercido como
starets, una especie de hombre santo de la Iglesia Ortodoxa que recorría la inmensidad
rusa como consejero espiritual. Tenía un fuerte carisma, que utilizaba como arma
de seducción con sus admiradores. El 16 de diciembre de 1917 recibió la invitación
del príncipe Félix Yusupov a visitar uno de los palacios que tenía en San
Petersburgo. Con un grupo de conspiradores, el príncipe consideró un acto patriótico
eliminar al favorito del palacio.
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