EL PROCESO - FRANZ
KAFKA
Losada, Bs As, 1953,
14x20, 255 pp. Tapa blanda, rustica editorial, ejemplar usado, muy buen estado,
con sello anterior propietario, leves manchas de humedad en ultimas hojas.
“El proceso” nos pone
en una situación angustiosa y hostil: Josef K. es sometido a un proceso
judicial por un hecho que desconoce, sin saber con certeza si alguien le ha
acusado. Ese proceso es oscuro e impenetrable: K. está detenido, pero puede
seguir llevando una vida normal; debe declarar ante un tribunal, pero no sabe
cuándo ni dónde; incluso ese tribunal está formado por jueces y abogados
especiales, extraños y enigmáticos, que parecen saber incluso menos del proceso
que el propio K.
El desarrollo de la
historia muestra la caída del protagonista en un pozo de miedo, de
incomprensión y de culpa. K. se sabe inocente, pero no puede evitar dudar de sí
mismo, de las acciones que llevó a cabo en su pasado, a lo largo de toda su
vida. Su juicio, que al comienzo de la obra se le antoja injusto, termina por
constituir el eje de su existencia: su trabajo y sus deseos pierden entidad
ante el peso de ese proceso oscuro y abstracto que pende sobre él. Sus
relaciones con los demás se degradan por ello, ya que K. termina por volverse
cauto y desconfiado, y sólo puede ver a otras personas como posibles defensoras
o enemigas acérrimas.
Kafka no aporta en “El
proceso” ninguna pista que indique qué ocurre con exactitud; el lector
desciende al abismo al mismo tiempo que K., partícipe inaudito de la situación.
Lo que hace del libro una obra excepcional es la atmósfera que el autor fragua
alrededor del protagonista. Josef K. nos es presentado como un ciudadano
trabajador y capaz, consciente de lo erróneo de su situación y que, por eso
mismo, se propone utilizar todo lo que esté a su alcance para evitar ese juicio
que, de alguna manera, le deshonra y echa por tierra su buen nombre. Sin
embargo, pronto la tenebrosa ignorancia acerca del verdadero devenir del
proceso le sume en un estado nervioso, casi psicótico. De hecho, después de
acudir a una primera vista, K. acude por voluntad propia al tribunal una
segunda vez, partícipe ya de la oscura maquinaria burocrática y social que le
ha atrapado en sus redes. No es una casualidad el que se sienta enfermo cuando
respira el aire viciado de las oficinas del tribunal, en las que, sin embargo,
los empleados pasan horas, incluso duermen.
Quizá la mejor
definición para el asunto de K., para el propio libro, se halle en las palabras
que un sacerdote le dice al protagonista durante su visita a la catedral: «La
sentencia no se dicta de repente: el proceso se convierte poco a poco en
sentencia.» Eso es lo que vamos experimentando a lo largo de la lectura: una
sensación de angustia, de opresión, que de forma progresiva (e ineludible) se
cierne sobre nosotros. Nada sabemos del proceso, como el protagonista, pero eso
no obsta para que experimentemos en nuestra piel lo absurdo y surreal de un
mecanismo imparable y terrorífico. La frase final, de hecho («fue como si la
vergüenza debiera sobrevivirlo»), muestra la ineluctabilidad de su juicio, lo
que tiene de universal, de connatural al hombre.
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