CALANDRIA DEL
VIEJO TIEMPO - MARTINIANO LEGUIZAMON
Ediciones
Solar/ Hachette, Bs As., 1961, 21x14, 146 p. Tapa
blanda con solapas, rústica, ejemplar intonso, sin uso, excelente
estado. Viñeta de la tapa por A. del Nido. Estudio preliminar de
Juan Carlos Ghiano.
Leguizamón
presentaba una constante: describir
al ser nacional.
Este afán no era propio de él, sino que devenía de la íntima
relación que se proponía lograr el grupo oligárquico gobernante
junto al entorno cultural artístico de la época.
La Generación de los dos Centenarios 1910- 1916 tuvo su origen durante las grandes conmemoraciones patrióticas que devino en la formación de grupos de autores que originaron un movimiento cultural heterogéneo dentro de una época de transición. Muchos de estos autores, retornaron a la tradición clásica en temáticas y formas entre el realismo, el naturalismo y el costumbrismo; preponderando, en su mayoría, el paisajismo realista gauchesco. De esta manera, el artista asociaba lo nacional a las realidades históricas sostenidas en la continuidad de la tradición, considerada como lo propio del argentino: el territorio, el idioma, la religión, la vestimenta y las costumbres, cuya síntesis podemos identificar en la figura del gaucho. Este arquetipo es representado por Martiniano Leguizamón.
La Generación de los dos Centenarios 1910- 1916 tuvo su origen durante las grandes conmemoraciones patrióticas que devino en la formación de grupos de autores que originaron un movimiento cultural heterogéneo dentro de una época de transición. Muchos de estos autores, retornaron a la tradición clásica en temáticas y formas entre el realismo, el naturalismo y el costumbrismo; preponderando, en su mayoría, el paisajismo realista gauchesco. De esta manera, el artista asociaba lo nacional a las realidades históricas sostenidas en la continuidad de la tradición, considerada como lo propio del argentino: el territorio, el idioma, la religión, la vestimenta y las costumbres, cuya síntesis podemos identificar en la figura del gaucho. Este arquetipo es representado por Martiniano Leguizamón.
Calandria se
vio como la encarnación del ennoblecimiento del gaucho y, con la
alegría de la rehabilitación, se sacrificó en su homenaje el
teatro gauchesco anterior. Sin embargo, a través de los años
transcurridos desde entonces, y en perspectiva librada de prejuicios,
Calandria adquiere su pleno sentido si se sitúa como el final
de una serie de creaciones, no como el comienzo de un nuevo género,
que debe buscarse por otros rumbos: los de los dramas rurales de
Florencio Sánchez y de Roberto J. Payró.
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