BRUNO O SOBRE EL PRINCIPIO DIVINO Y
NATURAL DE LAS COSAS SCHELLING
Orbis, Barcelona, 1985, 20.5x12.5, 117 pp. Tapa dura, símil cuero
editorial con dorados, rustica original de editor, ejemplar sin uso, excelente
estado. Introducción y Traducción de Francesc Pereña.
Escrito en 1802, es, por su forma, atípica en la producción de su autor,
pero pone de manifiesto como pocas otras los motivos profundos, las ambiciones
y, sí, también las flaquezas de una filosofía que, al decir de Jaspers,
«estimula y paraliza» a la vez y pasa fácilmente «de la verdad al absurdo».
Pertenece al momento álgido de la plural obra de Schelling: el período de la
«identidad», aunque contrasta vivamente, por su vuelo estético, con la obra
inmediatamente precedente, Exposición de mi sistema de filosofía, donde, de
acuerdo con los inevitables cánones spinozianos, la verdad se expresa en un
rígido sistema de proposiciones abstractas. En el Bruno, Schelling da rienda
suelta a las tendencias que hacen de él el filósofo del romanticismo, de la
unidad de la belleza y la verdad, de arte y filosofía, ciertamente un motivo
platónico, y la inusual forma dialógica se mira, sin duda, en el espejo del
ateniense. Pero, más allá de la forma y de la inspiración, encontramos en el
Bruno una reformulación de la teoría de las ideas e incluso una reedición del
Timeo platónico. La vieja tradición a la que la obra pertenece se configura,
empero, en torno a un principio (y un problema) fundamental: la verdad última
no está en el dualismo, sino en su superación, en la unidad de lo múltiple, el
«Hén-kaí-pan», el «uno-todo» del neoplatonismo, con sus variantes medievales,
de Giordano Bruno (no es arbitrario el nombre del principal personaje del
diálogo), de la mística alemana (Eckhart), también de Spinoza. A dicha
tradición pertenece el idealismo alemán en su conjunto, con la novedad de la
introducción del planteamiento trascendental, presente en todo el diálogo y
temática en su parte final. El problema es, con todo, que la unidad absoluta no
suprime la diferencia sino que la sostiene sin estar afectada por ella. Los
opuestos (ideal-real, sujeto-objeto, infinito-finito, pensar-intuir,
cuerpo-alma) son y se hacen uno en una unidad que en sí misma no tiene
oposición. La fórmula de la verdad no es tanto «todo en uno» como «uno en
todo», o mejor, «todo en todo»; esto es, en cada oposición y en cada uno de los
opuestos están todas las demás oposiciones y todos los opuestos, bajo una
unidad «no enturbiada», es decir, «pura», todo «diafanidad». El intento de
desentrañar esta «maraña conceptual» es el intento del Bruno.
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