EL
NOMBRE DE LA ROSA - UMBERTO ECO
RBA
Barcelona, 1993, 21x13, 471 p. Tapa dura, rustica editorial,
ejemplar sin uso, excelente estado.
Según
Eco, si no hubiera existido el Gruppo 63 no habría escrito El nombre
de la rosa. El Gruppo 63, movimiento de neovanguardia literaria al
que perteneció el autor, perseguía una búsqueda experimental de
las formas lingüísticas y el contenido que rompiera con los
esquemas tradicionales. A ellos les debe «la propensión a la
aventura «otra», al gusto por las citas y al collage». En
aplicación de su propia teoría literaria, El nombre de la rosa es
una opera aparte, una «novela abierta», con dos o más niveles de
lectura. Llena de referencias y de citas, Eco pone en boca de los
personajes multitud de citas de autores medievales; el lector ingenuo
puede disfrutarla a un nivel elemental sin comprenderlas, «después
está el lector de segundo nivel que capta la referencia, la cita, el
juego y por lo tanto sabe que se está haciendo, sobre todo, ironía.»
Pese a ser considerada una novela «difícil», por la cantidad de
citas y notas al pie, o quizás incluso por eso, la novela fue un
auténtico éxito popular. El autor ha planteado al respecto la
teoría de que quizás haya una generación de lectores que desee ser
desafiada, que busque aventuras literarias más exigentes.
La
idea original de Eco era escribir una novela policíaca, pero sus
novelas «nunca empezaron a partir de un proyecto, sino de una
imagen. (···) De ahí la idea de imaginar a un benedictino en un
monasterio que mientras lee la colección encuadernada del manifesto
muere fulminado». Extensamente familiarizado y apasionado del
medioevo por anteriores trabajos teóricos, el autor trasladó esta
imagen de modo natural a la Edad Media, y se pasó un año recreando
el universo en que se desarrollaría la trama: «Pero recuerdo que
pasé un año entero sin escribir una sola línea. Leía, hacía
dibujos, diagramas, en suma, inventaba un mundo. Dibujé cientos de
laberintos y plantas de abadías, basándome en otros dibujos, y en
lugares que visitaba.». De ese modo, pudo familiarizarse con los
espacios, con los recorridos, reconocer a sus personajes y
enfrentarse con la tarea de encontrar una voz para su narrador, lo
que tras repasar las de los cronistas medievales le recondujo de
nuevo a las citas, y por ello la novela debía empezar con un
manuscrito encontrado.
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