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lunes, 4 de enero de 2016

OBRAS COMPLETAS - JUANA DE IBARBOUROU

OBRAS COMPLETAS   -  JUANA DE IBARBOUROU
Aguilar, Madrid, 2da edición 1960, 14x9, 1088 pp. Tapa blanda, papel biblia, encuadernado en piel editorial, cinta punto de lectura, ejemplar usado, lomo levemente gastado, ilustrado con retrato del autor en frontispicio, ornamentaciones y títulos dorados, muy buen estado. Palabras preliminares de Ventura García Calderón. Compilación, anotaciones y noticia bibliográfica de Dora Isella Rusell.

Juana de Ibarbourou (Juana Fernández Morales; Melo, Uruguay, 1892 - Montevideo, 1979) Poetisa uruguaya considerada una de las voces más personales de la lírica hispanoamericana de principios del siglo XX. A los veinte años se casó con el capitán Lucas Ibarbourou, del cual adoptó el apellido con el que firmaría su obra.
Sus primeros poemas aparecieron bajo el seudónimo de Jeannette d’Ibar, que pronto abandonaría. Comenzó su larga travesía lírica muy marcada por el modernismo, cuya influencia se percibe en la abundancia de imágenes sensoriales y cromáticas y de alusiones bíblicas y míticas, aunque siempre con un acento singular.
Su temática tendía a la exaltación sentimental de la entrega amorosa, de la maternidad, de la belleza física y de la naturaleza. Por otra parte, imprimió a sus poemas un erotismo que constituye una de las vertientes capitales de su producción.
Poco a poco su poesía se fue despojando del ropaje modernista para ganar en efusión y sinceridad. En La rosa de los vientos (1930) se adentró en el vanguardismo, rozando incluso las imágenes surrealistas. Con Estampas de la Biblia, Loores de Nuestra Señora e Invocación a san Isidro, todos de 1934, inició en cambio un camino hacia la poesía mística. Su obra en prosa estuvo enfocada fundamentalmente hacia el público infantil; en ella destacan Epistolario (1927) y Chico Carlo (1944). Es con la chilena Gabriela Mistral con quien Juana de Ibarbourou mantiene un parentesco más directo: ambas poseyeron la misma sensibilidad exquisita y arrebatadora, la misma sinceridad de pasión, la misma facilidad y sencillez en la expresión. Las separa, en cambio, el mundo anímico que expresan: Gabriela Mistral está poseída de un espiritualismo cristiano; Ibarbourou, al menos en sus primeras obras (en las últimas se aproxima al tono de la poetisa chilena), aparece loca de vida, pagana, desbordando toda ella vitalidad y sensualidad.
En sus inicios no escapó a la influencia modernista, pero paulatinamente su poesía se desviste de pompas para ganar en efusión y sinceridad. En su producción poética encontramos una continua evolución que ha sido comparada al ciclo de la vida humana; se ha dicho que Las lenguas de diamante (1919) equivalen al nacimiento a la vida, Raíz salvaje (1922) a la apasionada juventud, La rosa de los vientos (1930) a la madurez y Perdida (1950) a la vejez. En cada uno de esos libros el paso del tiempo, en continua progresión, va adquiriendo una mayor importancia. Estampas de la Biblia (1934) y Loores de Nuestra Señora (1934) acusan una evolución religiosa. Los sentimientos de la autora, en soledad o en diálogo con la naturaleza, constituyen la temática central de sus versos. Nada hay menos intelectual, pues, que la lírica de Ibarbourou; todos sus pensamientos arrancan de sus propias sensaciones. La naturaleza le atrae, la siente, y habla con ella, con el río y con el árbol; les da carne y sangre y hace que aparezcan ante nosotros con sus sufrimientos y alegrías. A veces recurre para ello a atrevidas imágenes. Pero, ante todo, Juana de Ibarbourou es la voz del amor juvenil y ardoroso, de la mujer que se sabe admirada y deseada por el hombre y que lleva dentro de sí toda la fuerza de esa naturaleza que ama. Para ella el amor no es sino una forma de participación en el misterio continúo del mundo. Siempre se encuentra en su voz, exigida por la fuerza de sus sentimientos, una sinceridad total en el pensamiento, y al mismo tiempo la expresión violenta e ingenua de la pasión.
El aspecto más débil de su producción nos lo ofrecen sus versos narrativos, como los contenidos en Romances del destino (1955), de clara y no muy feliz influencia lorquiana. En 1967 publicó Elegía, obra dedicada a su esposo Lucas Ibarbourou, fallecido muchos años antes. Como su título indica, el libro es un apasionado pero contenido canto de amor entonado en voz baja; aunque contiene algunas exasperadas quejas, por todos los poemas cruza un dulce sosiego, una sosegada resignación.

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