Ed. Raduga / Progreso, Moscú.
13x20.5. Ilustración, tapa dura, tela editorial. Ejemplar sin uso, excelente estado.
Obra en tres tomos: T1 262pp, T2 207pp, T3 262pp.
En el año de 1920, el joven maestro A. Makarenko recibe del departamento
de Instrucción Pública de la URSS
el encargo de organizar, en las cercanías de Poltava, una colonia para
delincuentes menores que más tarde se llamaría Colonia Máximo Gorki. Ahí fueron
recogidos niños vagabundos que el torbellino de la Revolución Rusa
había dejado sin hogar o había diseminado por los caminos de Rusia. En esa y
otras comunidades infantiles, a los que dedicaría treinta años, Makarenko fue
recogiendo unas experiencias riquísimas de los que habían de resultar unos
presupuestos pedagógicos innovadores, expuestos en forma amena y narrativa en
esta obra.
En los dos primeros libros, Anton Makarenko
(1888-1939, relata su experiencia en lo cotidiano como director de la colonia
Gorki, un centro-comuna fundado para que allí jóvenes delincuentes encuentren
caminos de desarrollo distintos a los ya trazados. Y en segundo plano, nos deja
ver una oposición campo-ciudad muy profunda, una animadversión entre rusos e
ucranianos y cómo está incubando, desde abajo, el germen del Estado burocrático
autoritario, pues poniéndose en observador frío del actuar de los individuos,
expone cómo en algunos está emergiendo una mentalidad policiaca, una
subyugación ante el aparato del Poder Soviético. Gracias a su
extraordinario y finísimo sentido del humor, a su sinceridad y a una implícita
autocrítica que demuestra, dicho sea de paso, gran humildad, Makarenko nos
introduce en esta comunidad en donde están interactuando caracteres que se nos
revelan muy familiares. Los personajes están descritos sin sensiblería, sin
compasión, con toda claridad, llana crueldad y cierta ternura. Detalle que
podemos agradecerle a Makarenko: pues de ninguna manera describe su actuar como
pedagógicamente correcto. Llamará la atención el que recurra a métodos
de cohesión inspirados en el folklore militar, dejando claro un hecho
inobjetable: que algunos jóvenes -no todos- exigen autoridad al carecer de
autodisciplina, independientemente de que una época revolucionaria impregnase y
determinase muchos aspectos de la vida cotidiana. Makarenko se involucraba en
los proyectos y obras de sus educandos, asegurando un vínculo que iba mucho más
allá de la relación alumno-maestro, pues no sólo buscaba instruir sino formar
individuos. El arte no podía faltar dentro del que hacer cotidiano; al
respecto, el capítulo El
teatro es absolutamente
delirante por el relato en sí y por la manera en cómo los educandos concebían
la representación de una obra teatral.
El tercer libro es en un inicio, el relato del
traslado de la colonia Gorki, compuesta de 120 colonos, al monasterio Kuriazh,
un centro juvenil de 280 miembros en estado total de abandono tanto en lo que
se refiere a las instalaciones como a la práctica pedagógica en sí. Es así
mismo la historia de todo lo que significó este reto para Makarenko quien puso
en riesgo sus logros en y de la colonia Gorki al fusionarla con el centro de
Kuriazh de impresionante dimensión: 100 hectáreas . Pero
también es la consagración de un extraordinario pedagogo, apreciación que se
puede comprobar en esta obra gracias a las experiencias, opiniones y decisiones
tomadas en torno a temas de fundamental y atemporal importancia.
Para terminar diré que el Poema Pedagógico no solamente es una bitácora de una
colonia educativa sino una pintura costumbrista detallada, extraordinariamente
viva -y me parece realista- de la vida rural ruso-soviética; por lo tanto,
recomiendo ampliamente su lectura, ya que en esta obra se encuentra material de
sobra para reflexionar.
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