SARAMAGO,
CONVERSACIONES CON JORGE HALPERIN
Capital Intelectual, Le Monde Diplomatique, 1ra ed., Bs
As, 2003, 21.5x14.5 cm, 94 pp.
El libro recoge las varias ocasiones en que el
periodista Jorge Halperín entrevistó a José Saramago, recreándolas bajo la
acertada forma de un único y ameno diálogo.
Quienes buscan conocer las claves creativas del premio
Nobel de Literatura 1998 encontrarán aquí valiosas pistas para emprender la
relectura de, por ejemplo, El Evangelio según Jesucristo, Ensayo sobre la
ceguera o El año de la muerte de Ricardo Reis.
Pero también se analizan temas políticos: las
apetencias imperiales de Estados Unidos; la necesidad de reinventar una
alicaída democracia, hoy reducida a “una especie de misa laica” donde lo único
que hacen los ciudadanos es cumplir con el periódico ritual del voto; la
pérdida de identidad de la izquierda, cuando equivoca la táctica corriéndose al
centro… Entre las reflexiones de Saramago nos interesa particularmente una:
mientras a fines de 2001 se celebraba a los cacerolazos como la primera
manifestación de una nueva actitud ciudadana frente a los vicios de la
democracia representativa argentina, ya en febrero de 2002, ante la pertinente
pregunta de Halperín, el escritor portugués alzó su voz crítica: “llegaron aquí
[la Isla de Lanzarote, España] noticias de que finalmente los argentinos y su
clase media terminaron de reconocer que existía la pobreza. […] Pero yo me permito
decir, con mi experiencia de vida, que esa conciencia no durará nada. A partir
del momento en que la situación mejore, la clase media se va a olvidar de los
pobres.”
Quizá no cabe maravillarse ante el acierto de los
juicios de Saramago que emplea las herramientas analíticas del marxismo y
entiende los fenómenos de la realidad de un modo claro y preciso, aunque
quienes se han acostumbrado a menospreciar el pensamiento de Marx suelen
considerar los acertados diagnósticos del escritor portugués como el inspirado
producto de un saber oscuramente oracular.
La tarea, entonces, será volver a dirigir la mirada
hacia esa filosofía y esa obligación ética que el propio Saramago presenta como
su “comunismo hormonal”.
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