AYER HOY MAÑANA
(peronismo, política) MARIO AMADEO
Gure, Bs As, 2da edición 1956, 20x15, 218 pp. Tapa blanda, rustica original
de editor, ejemplar usado, muy buen estado.
El 25 de septiembre de 1955, tres días después de que el jefe de la
Revolución Libertadora, general Eduardo Lonardi, asumió la presidencia de la
República, juró como ministro de Relaciones Exteriores y Culto el doctor Mario
Amadeo, de conocida militancia en el nacionalismo católico.
Había desempeñado importantes funciones en la diplomacia durante las
presidencias de Ramón S. Castillo y del general Edelmiro J. Farrell, y había
llegado a ser director de Asuntos Políticos de la Cancillería.
Eran los tiempos finales de la II Guerra Mundial que, inequívocamente,
llevaban a una victoria de las fuerzas aliadas lideradas por el Reino Unido,
los Estados Unidos y la Unión Soviética sobre las del Eje de Alemania, Italia y
Japón.
Los gobiernos de los presidentes nombrados mantuvieron a la Argentina
neutral en el conflicto, siguiendo el ejemplo de Hipólito Yrigoyen en la I
Guerra Mundial.
Los partidarios de los aliados acusaban a los defensores de la
neutralidad de ser pro Eje, no sin razón en muchos casos, y se originaban
grandes enconos. Y como también es propio de nuestra particular idiosincrasia
estimular la perdurabilidad de situaciones polémicas a través de los tiempos,
las secuelas de esas divisiones político-ideológicas de la guerra de 1939-1945
jugaron un papel, una década más tarde, en la crisis que volteó al general
Lonardi y lo reemplazó por el general Pedro Eugenio Aramburu.
Una de las víctimas de la crisis fue Mario Amadeo, cuya corta gestión de
canciller (49 días.
Sobre la base de propuestas de Amadeo, hubo reincorporaciones de los
desplazados en 1946, como, entre otros, Felipe Espil, designado embajador en
Brasil. Hubo también nombramientos de hombres de los partidos políticos, como
Alfredo Palacios, del socialismo, embajador en Uruguay; Adolfo Vicchi, del
conservadurismo, en los Estados Unidos, y Donato del Carril, del radicalismo
intransigente, en la Unión Soviética. Para la representación ante los
organismos internacionales de Ginebra fue propuesto Eduardo Mallea. Por
supuesto que las Fuerzas Armadas recibieron su cuota: el almirante Toranzo
Calderón fue embajador en España; el general Videla Balaguer, en Italia, y el
almirante Olivieri, ante las Naciones Unidas.
A fin de exponer ante quienes representarían a la Argentina las ideas
sobre la política exterior del nuevo gobierno, el ministro de Relaciones
Exteriores los convocó al Palacio San Martín y en un ceremonioso acto -en el
que, simbólicamente, sentó a un religioso a su derecha, el decano de los
embajadores argentinos, presbítero Daniel García Mansilla, y a un no creyente a
su izquierda, Palacios-, a modo de clase magistral, pronunció un discurso, con
el estilo y la jerarquía propios de su cultivada formación académica.
Luego de poner de relieve la excepcional circunstancia de una
congregación plural indicativa de la tan deseada unión nacional, el canciller
anunció, en síntesis, los propósitos de "continuar las relaciones
amistosas con todos los países del mundo y muy especialmente con las naciones
americanas" y la voluntad, en nuestro trato con los vecinos, de
"disipar prevenciones sobre nuestras pretendidas aspiraciones
hegemónicas".
Señaló que nuestro comportamiento "se ajustaría estrictamente a las
normas del derecho internacional" y que estaríamos "junto a las
naciones occidentales, a cuya tradición y cultura nos encontramos
irrevocablemente incorporados" (citas del libro de Mario Amadeo Ayer, hoy
y mañana, Ediciones Gure, 1956).
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