El Colectivo, Bs As, 1ra edición 2011, 21x15, 112 pp. Tapa blanda con
solapas, rustica original de editor, ejemplar nuevo, excelente estado.
Barrio de casas bajas y sin edificios (a lo sumo, alguna que otra casita
de dos pisos), el cielo se ofrece fácil en Sonkoy, este micromundo narrado por
Pablo Solana y dibujado por Diego Abu Arab. Sitio en donde conviven las viejas
antenas de TV rotas por el viento con las modernas antenas satelitales. Tierra
que no funciona como lugar idealizado, representado al modo naturalista, sino
como espacio habitado por todo tipo de contradicciones.
De allí que la lucha legítima de los vecinos por defender las tierras en
las que habitan aparezcan entremezclas con las internas de los partidos
políticos tradicionales. Y que dos lógicas convivan en el texto: la de la rosca
de la partidocracia y la de la organización popular de base. Sus múltiples
implicancias hacen que el asalto al Palacio Municipal esté teñido de más de una
intención y un interés político.
Mezcla de relato policial y thriller político, en Sonkoy. Asalto al
Palacio Municipal, la geografía deviene territorio, y brota a flor de piel:
ocupación de terrenos, asentamiento, barriada popular. La realidad viva de los
sectores populares aparece en este relato de un modo sutil, carcomiendo todo el
tiempo sus contornos más realistas. Porque si bien Sonkoy es un lugar
imaginario, también es cierto que es muy
parecido a los sitios en donde este electricista (Pablo) y este encuestador (El
Turco, como le dicen sus allegados a Diego) realizan sus actividades
militantes, y donde viven y trabajan. Y aquí, en este punto, es precisamente en
donde radica una de las “extrañezas” de este libro, según los cánones en los
que se mueve la literatura actual, aun la progresista. Porque Solana y Abu Arab
son, además de escritor el primero y dibujante el segundo, activistas políticos
(es más, ellos se presentan como laburantes, como militantes que además
escriben y dibujan), conspiradores de lo dado anclados en una realidad que no
es la de los despachos o las funciones públicas, sino la de los movimientos
sociales y los sindicatos; la de los agrupamientos políticos que apuestan a
cambios sociales profundos, pero aferrados a las realidades materiales y
simbólicas de los sectores que aspiran que sean los protagonistas de esas
grandes transformaciones históricas que promueven.
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